domingo, 24 de febrero de 2008

Oda a lo que sea...

“Tu lengua es traidora como
un cuchillo afilado.
Prefieres lo malo a lo bueno,
prefieres la mentira a la verdad:
lengua embustera prefieres las
palabras destructivas.”
(Salmo 57)

Quisiera referirme explícitamente a como tratamos de entorpecer el proceso literario, artístico y demás idiosincrasias relacionadas con el desarrollo cultural de nuestro país, que cada día -(según mi opinión humilde)- ha encontrado la adecuada y resolutiva manera de ir superando situaciones pueriles y nefastas en contra del mencionado desarrollo, enfrentándose a éstas valiente e indirectamente; pero a la vez un poco gratificantes en sus momentos de gloria sin reconocimiento, claro está; con los tan afamados, vilipendiados y constructivos (hasta cierto modo): críticos.

Sí. Y es funesto considerarme dentro del tan exclusivo grupo de personas que criticamos, tildamos y reprochamos, tanto, con o sin argumento a las escuelas, (literarias, artísticas) que de cierto sentido carente de idealismo o discreción, nos han venido inculcando un tipo de literatura o gusto por el arte, considerándolas como un apadrinamiento compasivo: porque verdaderamente depende de los maestros el qué hacernos leer, o el qué hacernos ver y también de nosotros, y nuestros padres la entera formación de nuestras opiniones artísticas y literarias, traicionando así nuestros primeros libros de Disney con el trillado «final feliz» (Sarcasmo y risas). Lógicamente entenderemos que todo cambia, como lo diría la Sosa: “Cambia, todo cambia, que yo cambie no es extraño”, llegará un momento en que definitivamente tendremos que cambiar nuestros viejos libros de colorear por el tan afamado “Don Quijote” y reemplazar a Edipo por Shakespeare, Borges, Nabokov, y a la Warner por el ansiado cine independiente europeo o latinoamericano con tintes revolucionarios-antiimperialistas.
Pero, ¿realmente nos ofrecemos al cambio y estamos concientes que no solamente cambiamos nosotros, sino también nuestra sociedad?

Hay que reconocer con ponderación, si es necesario, que inevitablemente el Ecuador ha cambiado… No solamente en el aspecto que el nuevo régimen quiere inculcarnos con bombardeos subliminales televisivos, sino más bien enfocándonos en lo cultural. Ecuador ha avanzado de una manera muy peculiar en esta última década. La condición intermitente del cine nacional (un ejemplo claro de aquel avance), mantiene la actividad cinematográfica en permanente refundación y consecuentemente la memoria histórica es debilitada, pero en contraste con esto son las excelsas películas ecuatorianas presentadas no solamente por compasión en nuestras salas de cine (talvez eliminando de la cartelera alguna hollywodense, más vendedora), sino también presentadas en algunos Festivales Internacionales, que si bien no están a la altura de Cannes o Venecia, mucho peor del utópico Oscar, han hecho que la estética que se plantea en la pantalla grande sea un fiel reflejo de algo nativo, puro y enteramente, de sucesos ecuatorianos. He ahí dónde las tan afamadas masas de críticos ecuatorianos mal entienden el concepto de «nacionalidad cinematográfica».
En el estreno de “Crónicas” de Sebastián Cordero (al cual tengo el gusto de conocer personalmente por algún desliz sentimental de mi prima), me pareció realmente pésima la actitud de aquel periodista ecuatoriano, que preguntó si, ¿ésta es una película para elevar al Ecuador a los altares de la Academia de Artes de Hollywood? Cosas como ésta, muestran el tamaño de nuestra “soledad de cien años”. En amplia comparación con el Premio Nobel colombiano, que alienta a comprar el «producto país».

Eventualmente nos volvemos psicópatas, o simples gendarmes al mando de las dictaduras, al ejecutar en el paredón de las ideas, nuestros puntos de vista de libros leídos (a mal gusto), de obras de teatro (obligadas) o de películas (excelsas) que ha venido a conformar, con simples comentarios carentes y reducidos del verdadero deseo de hacer de alguna eventualidad, algo catártico o simplemente, mejor. Porque, desde luego, no estamos a la altura de un Borges para realizar un “Prólogo de prólogos”, pero estamos en la capacidad receptora, en este caso de aglutinar las diferentes visiones artísticas (obligadas o no) que se nos ponen al frente.

Seguiré tratando de analizar más cuestiones desgraciadas para fundamentar esta opinión humilde, dócil, y mostrenca.
AŋđŗΞ'Ş ζ¡$ŋΣřǿ§
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