lunes, 18 de febrero de 2008

Arquitectura Quiteña

El urbanismo elemental de los conquistadores determinó el sitio que debía ocupar cada convento en la traza primitiva de la ciudad. No se dio entre nosotros el caso de los teocallis de México o los templos del Cuzco, que provocaron aprovechar de los mismos puntos elegidos por los indígenas para fortaleza militar o culto de sus dioses. En la fundación de Quito, tanto como de Guayaquil, Cuenca, Baeza y Riobamba, el diseño de calles y solares obedeció a condiciones geográficas y al número de pobladores. Las alusiones históricas al palacio y al lugar del placer de Huainacápac en Quito, y a las grandes edificaciones del mismo monarca en Tomebamba, no han dejado restos de comprobación, menos sillares que hubieran utilizado los españoles para erección de sus moradas.

Lo que sí consta es el alistamiento previo de los pobladores, para, de acuerdo con su número y calidad, calcular el área de la nueva ciudad y señalar y distribuir los lotes. También es cierto que representantes del clero y las Comunidades de San Francisco y la Merced y poco después Santo Domingo estuvieron desde el principio a reclamar un asiento para establecer sus iglesias y conventos. La determinación de cambiar la ciudad incaica en española obligaba a sujetarse a las desigualdades caprichosas del terreno. Los quitus, desdeñando los anchurosos valles que se extienden a sur y norte, habían elegido por morada las faldas en que el Pichincha se recuesta hacia el oriente en unas como penínsulas divididas por quebradas que abren las entrañas del suelo vulnerable. Del fondo de las cavas del Placer-Itschimbía, el Tejar-Manosalvas, la Cantera-Jerusalén se levantaban, formando barrancas, los bordes desiguales que arriba se tendían en mesetas cercadas en torno por las pendientes del viejo volcán, la loma de San Juan, la colina del Itschimbía y el montículo del Panecillo. Sobre esta topografía se trazó el plano de la población. Al centro, la plaza mayor con solares para la iglesia y casa parroquial. Hacia el Pichincha y a distancia casi simétrica, los sitios para templo y morada conventual de San Francisco y la Merced. Por llegar al último, Santo Domingo hubo de escoger el puesto que quedaba al sur pasando la honda quebrada de Manosalvas. De hecho, los emplazamientos conventuales determinaron urbanísticamente la traza y dirección de las calles y, en lo social, el carácter de los barrios

Santiago Salazar
18-02-08
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