miércoles, 17 de diciembre de 2008

De cara a la anunciación, empezó a cagar.

(Variación sobre un tema de 2666)


De cara a la anunciación, empezó a cagar. Era alto, alto, alto: primer aspecto por el cual deduzco que no es de por acá. Y flaco… flaco, flaco, flaco. Sin duda extranjero. Parecía un edificio, pero no cualquier edificio, de esos modernos que solo podemos ver en las grandes ciudades, usted sabe: ciento veinte pisos, con ascensores para más de diez personas y ventanas en lugar de paredes. Cuando entró, el padre Pedro estaba en plena bendición. En nombre del padre, del hijo y del ¡Del hijo de puta que se quita sus pantalones en mi iglesia! Tan bueno que era el padre Pedro, usted sabe. Cuando lo escuchamos pronunciar esas mismitas palabras que salieron de su boca y advertimos la intensidad en sus ojos, todos dirigimos la mirada, mecánicamente, hacia donde nos señalaba el pulgar del padre Pedro. Allí estaba aquel tipo vestido con una abultada chompa roja y gris, y sin pantalones. Su rostro no lo vi, es que él estaba parado en pleno claroscuro de la entrada. Cuerpo en el claro, cabeza en lo oscuro. Como en las películas de Coppola, usted sabe. Se adelantó unos cuantos pasos. Entonces, se produjo un silencio incómodo. El silencio de la duda y en medio de ese silencio yacía sólo aquel hombre medio desnudo. El padre bajó del altar y gritó imponente: !Saquen a este majadero de mi iglesia! No recuerdo exactamente lo que dijo, pero si no dijo eso, debió ser algo parecido. El extraño en medio de la admiración general flexionó las piernas y empezó a mear (por momentos no sabía si prefería escuchar los sermones del padre Pedro o el apacible sonido del chorro de orina saliendo de su verga, usted sabe) y luego a cagar (supe que cagaba cuando empecé a escuchar los gases que producía). Fue entonces que el chorrido y los gases perdieron, paulatinamente, fuerza, al tiempo que el padre Pedro emprendió carrera hacia donde se encontraba el extraño. Cuando llegó, ya era demasiado tarde, aquel tipo había terminado e iba de salida. El padre lo vio bajar tranquilamente por las escaleras, cruzó los brazos y sin decir palabra regresó al altar. Al llegar, se acicaló sus hábitos, se acomodó el cabello, alzó la vista y dijo: La-misa-ha-concluido-podéis-ir-en-paz.

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domingo, 14 de diciembre de 2008

¡Soy longo, carajo!


El Ecuador es poseedor de una identidad nacional bastante extraña y peculiar. Mientras unos conservan sus tradiciones flamenquistas y taurinas (¡Y olé!) -aduciendo hispanidad racial- creyendose "criollos", otros recalcan sus rasgos hispánicos sobresalientes, mucho más notorios que los indígenas, por lo que de alguna manera también se creen "criollos", o en su defecto "mestizos blanquitos". Otros son los "mestizos aindiados" en los que se nota más su porcentaje indiano y que si bien se han acoplado al medio ecuatoriano, no pasarían por criollos (quizá por el racismo de estos "blanquitos"); y finalmente hay los indios, termino generalmente usado peyorativamente (Aún siendo el 30 porciento de la población total). En resumen, los ecuatorianos somos indios, indios blanquitos e indios mestizos... La primera categoría es una falsa ilusión.

En mi caso, siempre me ví como un "mestizo blanquito o cholo blanquito" (tampoco puedo negar mi color de piel). De todos modos, nunca desprecié a un indígena, ni lo hice a un lado, ni me creí superior a él. En realidad, me daban igual. Por consiguiente, jamás había dado importancia a mi indianismo y mucho menos me enorgullecía que me digan indio, longo, o que la gente use quichuismos (como atatay, arrarray, ayayay, ñaño, guambra, longo) pues lo consideraba un español impuro. Estaba, tristemente, dentro de ese grupo de gente que sabiendose mestiza, se cree "criolla", sin que esto signifique que haya sido racista, discriminador o cosa alguna.

De un buen tiempo acá las cosas han cambiado. Hoy estoy muy orgulloso de que me digan indio, longo, guagua, guambra o runa, y me enorgullece utilzar esos quichuismos tan arraigados en nuestra habla cotidiana. He valorado mis raíces indígenas como nunca antes lo había hecho, por fin me acepté a mí mismo tal y como soy. Además, he empezado a amar mis raíces andinas tanto como mis raíces no andinas, o quizá más...

Sí alguien sigue leyendo, y no se aburrió, puede preguntarse ¿qué cambió en mi vida?. Mi respuesta sería, el autoexilio. Algunos sabrán donde estoy ahora (aunque este no es el caso), pero esta salida forzada del país ha sido mi mejor experiencia para un conocimiento interior de mí mismo y un análisis retrospectivo de quien soy y qué he sido.

Cuando llegué a este país que me ha acogido, debido a ese corazón algo "socialista" que creo tener, estaba alborotado y afloraba una suerte de resentimiento social, odio al sistema y odio de su mentalidad; todos prejuicios. Al inicio solo quería empaparme más de las izquierdas, enfrentarme enérgicamente al sistema y fracasar en el intento. Escuchaba discursos del Ché, veía discursos de Salvador Allende y me inmiscuía a fondo en la música protesta. Eso sí, agradezco haberlo hecho porque de lo contrario no hubiera conocido a fondo a Inti-Illimani. Sin embargo, poco a poco esa llama de izquierda ha ido cediendo hasta un punto mucho más objetivo y centrado.

Mi cambio empezó hace como cuatro meses (o quizá casi cinco) cuando un amigo me afirmó que el Ecuador era un país del África merdional, con mayoría racial africana (obviamente) y en el cual no se hablaba castellano. Quedé sin habla; completamente atónito. Esto me incentivo a dar a conocer más sobre nuestra cultura, nuestras raíces y nuestras costumbres a los demás. Es aquí el momento más importante... Me pregunté ¿de qué me enorgulleceré? ¿Daré a conocer algo de lo que ni yo mismo estoy convencido? y ventajosamente hallé respuestas. Revaloré al pasillo, al albazo y al yaraví y dejé de sentirlos como "música de viejos" y de las reuniones familiares trasnochadoras. Quizá la añoranza de mi familia, mi tierra y amigos me hizo entristecerme de tal modo que encontraba consuelo solo en la música andina de Inti - Illimani o la música nacional, sobretodo en los pasillos.

Sin embargo, el cambio abrupto se dio mientras escuchaba el albazo "Taita Salasaca" de Benitez-Valencia. Sentí en ese momento el ritmo andino tan dentro de mi cuerpo que recordé una escena de la obra de teatro "El Danzante" de Javier Cevallos (Obra a la que le agradezco me haya invitado -aunque en ese momento no la disfruté como sí lo habría hecho ahora- y a la que pude asistir) en la que Gaspar de Mogrovejo, un estudiante universitario, luego de contarnos lo fingida que era la sociedad quiteña, baila un danzante y reconoce que no puede engañarse a sí mismo de sus verdaderas raíces, reconoce que debe dejar de creerse lo que no es; entonces acepta y vive sus verdaderas raíces andinas.

Ese momento reaccioné hacia una realidad diferente a la habituada... ¡Me ví como un indígena!, me ví bailando y disfrutando del momento ancestral... Y lo más satisfactorio es que ¡no me dio vergüenza!. Es algo inenarrable. Desde ese momento he revalorado a nuestra música, a nuestras lenguas originarias, a nuestra gente y a nuestras raíces, que mi madre está preocupada; dice que está harta de escuchar Inti-Illimani y pasillos todo el día. Mis propios amigos que aún siguen en contacto conmigo ya me han gastado un par de bromas como "Inti-Ahmed" o "Longo Ahmed"; de todos modos, no me avergüenzo de ello y agradezco que se burlen de esa manera, y esto me emociona más haciendome soñar en un Ecuador diferente donde todos aceptemos y valoremos nuestra indianidad.

Lamentablemente hay muchísima gente que aún no piensa así, y digo lamentable porque aprovechan de su hispanidad para longuear a todos, que, en vez de aceptarse, se cree española, vive las torerías como sevillano, segrega al indígena (sin saber que lo hace así mismo),no acepta su mestizaje, ni mucho menos sus raíces. Yo, por mi parte, agradezco a quienes me han hecho revalorar todo esto directa o indirectamente, agradezco a este viaje que me ha permitido aceptarme tal cual soy (¿ Para qué más sirve un viaje sino para conocerse a uno mismo, y hacer un análisis sesudo de lo que uno es?) y que me ha hecho sentirme orgulloso de decir sin tapujos: ¡También soy longo, carajo!.
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jueves, 11 de diciembre de 2008

Requiem y Despedida

Soy víctima de un dios frágil, temperamental
que en ves de rezar por mí, se fue a bailar,
se fue a la disco de un lugar. Quizo mi disfraz
vivir como un mortal, como no logro, matarme
me regaló, una visión particular.

El nacimiento y la muerte no
son dos estados distintos,
sino dos aspectos del mismo estado
(Ghandi)


Despertó. Jamás pensó que una llamada lo iba a contagiar del estupor maldito que provocan las malas noticias. Sus lágrimas brotaron solamente; libres y dolorosas bajaban por sus mejillas. El dolor de no poder volver a verla era inimaginable. Temblaba. Recordaba los momentos que vivieron juntos. Imaginaba un reencuentro. Lamentó algo de irresponsabilidad, de negligencia o de mala suerte quizás. Todas las circunstancias y posibilidades que llevan a la muerte de alguien, son sólo responsabilidades de la vida misma.

"Se dice que nacemos para encontrarnos, aún así el largo encuentro por el que pasamos es injusto, la vida en sí, es injusta. Se supone que un padre no debe enterrar a sus hijos: dieciocho años se esfumaron en tres horas, queda de ella sus hermosos ojos, ahora cerrados por lo inalienable que se vuelve el destino".


Ser o no ser culpable si yo la maté. Yo sobreviví, ¿porqué no morí yo? Desperté en un lugar blanco, con personas que hablaban en términos extraños acerca de mi cuerpo: dolía la vida. –Y ella ¿cómo está ella? –Lo sentimos mucho, no sobrevivió a la operación… ¿Para qué vivir si toda la vida me echarían la culpa a mí?, al mentecato que sobrevivió, aún así tendría la inmunidad de ser el testigo primordial o no, de recordarla el accidente y su último aliento, de contar veridicamente cómo sucedió, aquel accidente en el que ella me dio su vida. No olvidaré sus palabras esa noche: “Yo manejo, te vas a matar si te vas a ahora”. Recuerdo que manejó parsimoniosa, como todo lo que hacía. Era un buen recorrido, hasta lo que sucedió…
Nunca pensé que una llanta me iba a arruinar la vida. El reporte policial indicó que la explosión de un neumático provocó el volcamiento. Estuve en coma durante tres días, ella murió en tres horas.
No quise ir al velorio, no soportaría las miradas, ni la tristeza. No me imaginaría los ojos azules, llorosos y melancólicos de su madre, esos ojos que heredaron Valentina.

Es el 2050, ahora la pequeña Valentina me ayuda colocando flores en la tumba de su tía de la que solo conoce por mis relatos y la de su madre. Alejandra empuja mi silla de ruedas y Valentina va sentada en mis piernas inmóviles, juega con algo que la navidad pasada le regalé (perteneció a su tía), era uno de esos elefantes rosados que tanto le gustaban a ella. La pequeña niña me dice "tío".
Alejandra fue la única de la familia que no me repudió, la única que me perdonó, la única Schölem que me habló, y más que nada la única que hizo perdurar a su hermana.
Valentina, esa niña de cinco años, sobrina de la mujer que debería estar escribiendo esto, es mi mejor amiga, no importa la soledad, no importa la edad ni la de ella. Por lo menos hace cinco años tengo alguien que me comprende (a veces pienso que Alejandra lo hace por lástima).
Sin embargo la soledad es dolorosa. Sigo creyendo que soy un asesino suelto, nada ni nadie hará que regresen esos ojos.

Sigo creyendo que soy un asesino suelto, sólo por sobrevivir.

AŋđŗΞ'Ş ζ¡$ŋΣřǿ§

(Descansa en Paz...)

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viernes, 5 de diciembre de 2008

El misterioso organista.


Cuenta la leyenda que desde febrero de 1904, ronda intrigantemente en la iglesia del pueblo, un ente desconocido que apostata a viva voz mientras toca el órgano. Dicen que solo aparece el veintinueve de febrero, y rara vez se lo ve por la nave principal; prefiere merodear el órgano haciéndolo vibrar misteriosamente. Los que lo han visto cuentan que camina por la iglesia durante varias horas seguidas: cabizbajo, en silencio y hasta desorientado. Siempre ha estado distante de la sacristía y más bien se ha apropincuado a la puerta, espantando a los feligreses. No se sabe de dónde salió, pero parece clamar justicia.

Lleva puesto siempre el mismo gabán basto y deshilado por el uso; aunque, de todos modos, imponente. Algunos fieles dicen que usa un corbatín y una camisa ocre-amarillenta. Su camisa, afirman, le da cierto aire (y más que un aire, un vaho) de mafioso, hostilidad, arrogancia y muerte. Mientras los hombres perciben el hedor de azufre, gangrena, sangre coagulada y amoniaco; las mujeres encienden su sexo, se embelezan y se excitan. Nunca, nadie, jamás se ha acercado a conversar con él (ni las mujeres), mucho menos se atreven a mirarlo de frente.

Los sacerdotes le dan entre cuarenta y cincuenta años y asumen que es un poco parco. Algunos creen que se trata de un demonio, una alma en pena, o sino, algún sacerdote fallecido. En el clero, la creencia más aceptada es que se trata de Pedro Poma (compositor de varias piezas para órgano con letras pasionales), un cura que murió mientras dejaba los hábitos en el convento de las carmelitas, en el lecho de Sor María Josefina.

María Josefina, la monja, fue una mujer de Dios, siempre decente y decorosa. Dedicada desde la niñez a la Santa Iglesia, y entregada a la costura, fue por muchos años, la encargada de confeccionar los trajes de todos los miembros de la iglesia. Murió de paro cardiaco en la misa de la aurora de 1900, celebrada el 29 de Febrero.

Desde su aparición, la del fantasma, en el pueblo mueren 4 personas en cada año bisiesto: dos mujeres y dos sacerdotes. Los curas al entregar los hábitos en el convento de las carmelitas y las mujeres, de camino a casa después de salir de la misa de la aurora.

Cada 29 de febrero el órgano suena imponente y misterioso, mueren cuatro inocentes, aparece una camisa ocre - amarillenta sobre el altar principal y una balanza atada al cinto de un santo.

Nadie se queda llegada la noche. Quizá por respeto...O por miedo.
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