viernes, 30 de noviembre de 2007

La sugestión en el arte

La siguiente es una declaración que el dramaturgo japonés Chikamatsu hizo alrededor de 1720 acerca de las funciones de la sugestión en el arte japonés, que, me parece, es aplicable a cualquier actividad artística.
"Hay quienes, por creer que el pathos es escencial para una pieza de títeres, usan frecuentemente en sus textos expresiones tales como 'era conmovedor' y otros que, al cantar los versos, lo hacen con la voz preñada de lágrimas. Eso es ajeno a mi estilo. El pathos lo considero enteramente una cuestión de refrenamiento. Cuando todas las partes de este arte son controladas por ese refrenamiento, el efecto es connmovedor, y así, cuanto más fuertes y firmes son la melodía y la voz, más triste será la impresión producida. Por esa razón cuando de algo que es triste se dice que es triste, se pierden las concomitancias y, en fin, aun la impresión de tristeza es débil. Lo esencial no es decir de algo que 'es triste', sino que sea triste por sí mismo".
(Traducción de Donald Keene, The Battles of Coxinga, p. 95).
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jueves, 29 de noviembre de 2007

La captura.




Los sucesores narrados a continuación fueron encontrados,
por las gentilezas del azar, en el texto “El camino del Sol, Historia del Ecuador”, Tomo I.



Atado de manos y pies me tenían, eran dos los que me custodiaban.
De pronto, el de mentón hirsuto se dirigió hacia mí. Con su mano derecha desenvainaba su espada, su cruenta espada. Se acercaba lentamente, paso a paso. Crujían sus vestidos.
Pensé que la libertad clamaba por mí, hasta que advertí que el otro se aprestaba ávidamente a secuestrar mis espaldas, estaba equivocado. De repente aparecieron otros dos blancos que sellaban la salida del templo, pensé en escapar pero eran más fuertes las manos que sostenían de mí, todo resultaba inútil así que desistí de aquel forzoso intento.
Francisco, aceleró su andar. Una carcajada mordaz y abominable emanó el extranjero, sus labios se movían rápidamente, pero yo no escuchaba ni una sola palabra. Su espada de pronto nació sin contemplaciones ante mi vista, decidí cerrar mis ojos, no soportaba el centellante destello que agravaba desenfrenadamente ese momento, súbitamente despidió de su mano izquierda ciertos retazos de oro, y perlas, algunas me las disparó hacia el rostro. Escupió otras tantas de su boca. Clavó su espada en mis entrañas.
Frente a frente, con gran estupor pude ver sus grandes ojos, tenían el color del oro, de mi oro. En ellos alcancé a observar mi rostro bañado de lágrimas, de igual manera logré ver el fin de mi imperio, de mi gente, de una era. Vi sangre y devastación, vi catástrofes innumerables e innombrables, pude ver, al fin, una enorme cruz de plata que colgaba de su cuello. Entonces lo comprendí todo.


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miércoles, 28 de noviembre de 2007

La Corona de Cartón (2)

Muchos escritores tienen un nombre ya pesado, ya engordado por los años y sobre todo con buenos, excelentes, textos. Y cuando un joven como yo pretende acercarse a su literatura, busca antes una pequeña biografía, o al menos una lista de libros (las que suelen decorar las contratapas son las más comunes). Se emociona y con la más torpe ingenuidad lee su adquisición. Ve cada palabra afiligranada, cada imagen, cada personaje como si fueran perfectos (están impresos en hojas de Anagrama, de Siglo XXI, de Alianza, del FCE, y con eso basta). Normalmente lo son. Son personajes increíbles, obras maestras. Pero lo son no por la ingenuidad. Son tales porque despiadados lectores y críticos (otro mito) los leyeron con la navaja más afilada y más cruenta, desgarrando cada metáfora mal lograda, cada ridículo símil y cada personaje iluso (que, entre todos, a lo mejor lleguen a tres), sin importarles el nombre o la editorial o el tipo de letra. Evidente exageración. Lo que quiero decir es que ya va siendo hora de cortar la cabeza del cisne (ese maldito emplumado y grácil ser blanco), el arte no es mágico ni mucho menos. No por estar en París absorberemos, como por ósmosis, el arte de Flaubert o la homosexualidad de Tchaikovsy. No. Absorberemos, ojalá, las figuras hermosas de parisinas altas y rubias, con hermosos ojos, cuyos juicios... en fin. Si algún día voy a París será para odiarla. Con toda mi alma. Odiar el Louvre y odiar Versalles y odiar el Arco. Luego de que el odio haya calado, dejaré de odiarla. Tiene, como ciudad, un acartonamiento demasiado rígido, que de no hacer aquello, invadiría mi cuerpo, como por ósmosis. Otra evidente exageración. Ver desde muy abajo una obra literaria nos impide apreciarla en toda su grandiosidad (si es que hemos escogido bien). Además, maestros son maestros.

Me parece que el error arriba descrito es menos peligroso que aquel que a continuación intentaré referir. Esto porque al menos aceptamos nuestra indudable exigüidad frente a los maestros (suficiente con Auster, ni hablar de un Borges), y de alguna manera corrompe las baratijas y la pintura dorada de nuestra coronita. Lo verdaderamente asqueroso es cuando creemos que somos otro Auster (callo con Borges, porque no soy capaz de escribir tal sacrilegio). Es cierto, muchas veces otras personas nos ayudan a repintar de dorado nuestras pequeñeces, y nosotros las dejamos -por eso prefiero merodear con libros que con gente-. "Oh! Eres sociales! Oh! Tú escribiste eso!" y otras intejecciones suelen preceder a un erizamiento completo que termina en un insesible "Uhm... Sí, yo lo hice". Por eso prefiero los libros.
Cuando estos síntomas se presentan, nos creemos capaces de rechazar una obra de arte con argumentos tan ilusos que aluden situaciones geográficas, tradiciones culturales y hasta niveles económicos. El buen receptor-lector mira con idéntico criterio una película inglesa de los setentas que una andina del dos mil siete. El arte es arte aquí como en el valle Conchínchina. Además, así creemos ridículamente que cualquiera de nuestros textos tiene el derecho de ser publicado y leído por decenas de personas. Lo convertimos en una suerte de hijo, más que biológico, uno «intelectual», uno que se ha desprendido de nosotros y nos ha robado no cinco minutos de placer sino horas de sufrimiento. El texto es tan solo un texto, y debe ser olvidado lo más pronto.
Saber juzgar al arte sin coronas y sin subsuelos permite entenderlo y disfrutarlo, al propio y al ajeno. Espero poder botar mi corona en unos pocos años. Hasta mientras iré a comprar ese libro del grandioso maestro Cortázar que me dicen (todavía no leo nada de él) es un genio.
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La Corona de Cartón (1)

Me gustaría hablar de la gente que frecuenta prejuicios sin sentido y deja que sean estos los que juzgen, antes que su criterio. No voy a hablar de prejuicios sobre las personas. Me parece inútil. Que cada quien piense del resto lo que quiera. No es mi problema. Hablo, más bien, de los prejuicios con los que solemos acercarnos al arte.
Detesto calificar moralmente lo artístico, pero excepcionalmente me permito, al menos con el pensamiento, alargar mis juicios a ese detestable terreno. No para juzgar al arte, si no más bien a aquellos que lo pretenden y a sus actitudes (que presentan interesantes anomalías propias y en muchos casos tan risibles que se vuelven lastimeras). Lo más seguro, acaso lo haga para criticar las mías y evitarlas. Acaso para divertirme. En fin, como decía, me permitiré, no sin harto temor, alargar las palabras lo suficiente como para tocar levemente ese obsesivo tema.
He notado lo evidente. He notado los dos grandes prejuicios artísticos que gente como yo tiene. El primero de grandeza y el otro de exigüidad. Tanto para lo ajeno como para lo propio. En general me limitaré a decir que ambos afean la actividad artística y la envilecen y la convierten en una suerte de corona de cartón pintada de dorado y repleta de bisuterías baratas, con chinescos y campanillas agregadas. Tendemos a utilizarla cada vez que alguien nos ve, desnudos. Y tiene la asombrosa capacidad de acartonar todo nuestro cuerpo, de hacernos hablar de tal o cual forma, de comentar sobre este poema o aquel otro sin haber leído el poemarío entero, de alardear con boinas afrancesadas que en el mejor de los casos relumbran con una vulgar alusión a la torre Eiffel, y lo peor, de pretender juzgar las otras coronas (que a veces no resultan tales). De todas maneras qué derecho tengo de hablar sobre esto. Pues el que mi corona de cartón me da. No tengo derecho alguno. Igual, esto es un lupanar. A quién le importa.
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martes, 27 de noviembre de 2007

¿Y si la historia nos juega una mala pasada?


La gran mayoría ni siquiera conoce cual es el verdadero lugar de nacimiento de Atahualpa, algunos dicen que nació en Quito, o en Tomebamba y otros dirán el Cusco, no se sabe en realidad cual es la ciudad natal de forma totalmente clara, y mucho menos sabemos una exacta teoría sobre el por qué de su muerte, la más aceptada es la del deseo de mayor riqueza de parte de los españoles puesto que la extensión de la mano estirada del Inca que llenaría una habitación de oro y dos de plata no era suficiente y esto se complementa con la posible división de esta riqueza de la cual Almagro no quería verse perjudicado, pero existen otras. Hace algún tiempo leí una revista muy interesante sobre el ajedrez donde decía que Atahualpa aprendió rápidamente a jugar solo observándolos y llegó a ver grandes partidas de algunos españoles cuando estuvo prisionero en Cajamarca, pero el acabose llegó cuando 2 de sus captores jugaban (Riquelme y Soto) y Atahualpa decidió intervenir y ayudar a uno de ellos el cual iba a mover un caballo -¡No, Capitán, no…!, ¡El Castillo, el Castillo!- y posteriormente Soto venció a Riqueleme que tenía la sartén por el mango en cuanto a la partida, Riquelme quedó dolido por lo sucedido por esto se vengó de una manera sucia a la hora de decidir el destino del soberano Inca, votó a favor de su aniquilación. En la mesa estaban vente y cuatro personas que decidirían la suerte del Inca, y con el voto de Riquelme quedó confirmada la decisión, trece a favor de matarlo y once en contra; después Atahualpa Inga fue tildado de hereje, incestuoso, idólatra, de no cumplir con el rescate, entre otros. Verdad o no es una posibilidad más, no por nada existe el Gambito de Atahualpa una de las mas extrañas formas de responder a la típica salida del peón blanco, en un tablero e4 - ¡¡¡¡f5!!!!
¿Podemos confiar en la historia que nos muestra el mundo europeo sobre la conquista, será entonces que en realidad las cosas no fueron tal y como las conocemos? o en realidad lo que aprendemos con el "terruño" no es lo que realmente es.
Por citar otro ejemplo, en el Perú Atahualpa es el traidor, y nuestra versión de la historia es totalmente distinta a la de ellos ¿Qué historia será entonces creíble? ¿La quiteña, la de la ciudad de los reyes o la española?. Dejemoslo ahí como un tema candente de discusión sobre la historia nacional e identidad.

Si alguien no conocía esta historia de un "Atahualpa ajedrecista" y se interesó por la historia aquí les dejo un par de links relacionados.

Ahmed Deidán


http://www.ajedrezdeataque.com/04%20Articulos/00%20Otros%20articulos/Atahualpa/Atahualpa.htm
http://www.cncultura.gov.ec/cultura/HTML/MUERTEATAHUALPA.HTM
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lunes, 26 de noviembre de 2007

Meine Feuerstelle für Sie

Mi soledad tu nombre dilapida
a la sombra del aire que te encumbra,
y apaga el lujo de tu voz ya ida.

Juntos, mi pecho hace más ligera
la derecha flama, alza su mirada.
Y aún así pronta llegó su jornada,
y así te vuelves mi compañera.

Tus luces son lo que más nos alumbra
y si enciendes mis ojos con tu vida
el corazón se dobla de penumbra.

Abro de amor a ti mi sangre rota,
para invadir sin saber, amada.
Último acto es negra espada
que en la dureza de su luz inserta.
AŋđŗΞ'Ş ζ¡$ŋΣřǿ§.
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domingo, 25 de noviembre de 2007

Rosa Marchita

El presente relato me fue referido por Jacobo, buen amigo mío aunque deficiente, según mi humilde criterio, en los quehaceres literarios. Sin más, el texto es suyo, profánenlo...



Rosa Marchita
Por: Jacobo G. Morelli







Pero esta noche...
Te abrazaría, créeme,
te besaría,te daría calor,
te adoraría. Haría
algo que es más difícil:
tratar de comprenderte.



José Hierro
(Fragmento del Remordimiento)





Es una mañana de aquellas como todas. Grises. El radio-despertador anuncia la llegada de un nuevo día de sorna, y la despedida de la quimera. Ella no recuerda exactamente los sucesos acaecidos durante la noche. Solamente sabe que fue una noche terrible. Espantosa. Aquellas noches que producen un ramalazo de cabeza demasiado fastidioso como para proponerse afrontar el día positivamente.Las excesivas cobijas todas las tiene su marido, él se las ha desposeído, ese desgraciado roncador empedernido. Cuatro años han hecho que sus ronquidos que son nada leves le parezcan a ella suaves caricias que la rozan dócilmente, se han transformado en los “te quiero” que nunca recibió, ni lo hará. Esos mismos cuatro años han desatado un drástico desgaste en la inestable relación con su marido.De cuando en cuando, abre sus ojos al tiempo que desase un suspiro, inútilmente intenta conciliar nuevamente el sueño. No lo logra. Incipientes muestras solares empiezan a aparecer por su ventana, ella lo ve. Ha decidido darse por vencida y sucumbir ante el anuncio de un nuevo día. No hay escapatoria. Se levanta gradualmente, respetando los rítmicos compases de gruñidos que a fortísimo volumen emite su marido. Se dirige hacia su peinadora y se cepilla el cabello, luego lo alborota nuevamente. No hay nada que aparentar, no se le antoja sentirse bella. No hay motivación alguna. Observa su demacrado rostro frente al espejo, odia sus arrugas pero hace tiempo ya, que no utiliza su crema rejuvenecedora. Ha perdido la fe.Ella siente que él despertó. Decide no hablarle. Huye lentamente hacia su cocina, la cocina es efectivamente suya. Es una de las pocas cosas de las que se siente dueña. Parece que lloverá, advierte ella con desdén. No tiene pensado salir, todos los menesteres ya los resolverá su marido. Decide prepararse una taza de café sin azúcar, -para agitar de alguna manera el alma- conjetura. Como si el café cargado ayudara en algo. Arranca un pedazo de pan rancio que encuentra en la alacena. Antes no le agradaba para nada ese pan de agua que su marido compra todos los días, pero el tiempo la ha familiarizado, no hay más remedio que la tolerancia. Cenas a solas, desplantes inusitados, fricciones continuas, noches terribles, contemplaciones eternas, el tiempo es el culpable.

Enciende la radio: Anuncian el invierno porteño. Ella gusta del tango. Empieza, lo escucha, lo disfruta, se deleita, es feliz. La cadenza del bandoneón se ve interrumpida por los intempestivos ruidos de la TV, se enfurece, otro motivo más para odiar a su marido. El no hace más que asesinar su felicidad, siente deseos furiosos de matarlo. Más bien es ella quien quiere morir. Apaga la radio.Ella continúa mordiendo el pan al tiempo que bebe con pequeños sorbos su café. Percibe unos pasos parsimoniosos en la recamara, seguro que él se dirige a la bañera. Ella no se equivoca, la ducha comienza a destilar unas cuantas gotas y segundos después el chorro hace eco hasta la cocina, hasta su cocina. Ella escucha una de esas canciones de Charly García que proviene de la ducha. Ella odia a Charly García. Él adora esas canciones y generalmente cuando se levanta de buen humor imita graciosamente al roquero, durante sus primeros seis meses de casados ella reía con sus imitaciones y sus interpretaciones, en seguida ingresaba en la ducha y se besaban apasionadamente a continuación hacían el amor, el reloj no existía, la pasión sí. Piensa detenidamente acerca de los motivos que la alentaron a casarse, piensa en sus hijos. No tiene hijos.El timbre suena y ella se acomoda como si algo muy importante le fuera a suceder, sabe muy bien que es tan solo el cartero. -¡Buenas!- replica el sujeto panzón vestido de azul con acento mexicano. Ella solo lo mira, e inmediatamente lo interroga como de costumbre acerca de las cuestiones que ocurren fuera de su apartamento, el cartero es de alguna manera muy ambigua su ventana al mundo. Luego de dos o tres minutos de plática aparentemente amena (para él) y de que ella recibe su correspondencia se despiden con un apretujón de manos. – ¡Hasta mañana!- dice el chilango. Ella tan solo lo ve desaparecer deprisa por los escalones. Revisa los tantos documentos que tiene en sus manos. No hay más que porquerías publicitarias, una multa por estacionamiento y… ¡Eureka! ICFER (Instituto clínico de fertilización) rotula el sobre, Destinatarios: Genaro Englemann y Sra., ¡Por fin ha llegado! Ojalá que la espera haya valido la pena piensa la mujer. Lo han intentado anteriormente tres veces, nunca ha funcionado. Ansía el resultado, se vuelve loca por ver lo que el sobre contiene en su interior. Busca una navaja, quiere darle una sorpresa a su marido, no la encuentra. Rompe el sobre desesperadamente con sus manos, desea profundamente que confirme sus sospechas. Quiere estar preñada. Anhela ser madre, cuanta alegría, cuanto júbilo, sus planes maternales obligatoriamente deben consumarse, si no fuera de esa manera entonces no tendría ningún sentido. Aún no ha leído el informe. Negativo, la única afirmación que obtiene son las confirmaciones de su esterilidad, de que morirá seca, la fertilidad le ha dado la espalda ella es infértil, nunca sentirá el abrazo de su hija ni escuchará las sonrisas pícaras de su hijo, todo eso ya es mentira. Siempre queda la adopción. Intenta convencerse, pero no lo logra. De alguna manera desea disimular su estupidez, debió haberlo previsto, pero no lo hizo. Se siente engañada, nada la consuela, él es el culpable.

Ella no quiere llorar, sin embargo unas lágrimas se escapan y se corren por sus mejillas, a ella nadie la acompaña. Decide dar un paseo por el living, detenidamente observa las fotos de su matrimonio, ella hermosa y las flores, él nervioso y los anillos, los padrinos, sus padres, la familia, los dos tomados de la mano frente al altar. Ya nada sirve en este instante.

Se dirige hacia la ventana quiere tomar un respiro, quiere recobrar la calma. -Pero que haces allí Rosa acaso te has desquiciado- vocifera Genaro con una gran dosis de exaltación.-Déjame sola Genaro- contesta ella. –Baja de allí inmediatamente mujer, no ves que una caída del noveno piso no lo aguanta nadie, baja de allí inmediatamente o te creeré más loca de lo que te siento-. Una fuerte ventisca le seca las lágrimas, - ¡Ahhhhh! su pie resbala accidentalmente de la cornisa, logra recuperarse y vuelve a ponerse de pie solo que esta vez con los brazos abiertos. Acariciando el aire. Abrazando a Dios. Los curiosos están atentos, algunos vecinos ya han dado aviso a la policía. –Mira el susto que me has dado, Rosa te lo advierto, no vale la pena, piénsalo bien- insiste Genaro. -ya nada de lo que digas me importa Genaro, sé que me engañas-, ella lo mira sin querer mirar. Genaro sabe lo que significa esa mirada, sabe que es imposible continuar con las mentiras, sabe que un te amo la salvaría, pero no lo dice. Contener las ganas de llorar y decir “te amo”… eso es cosa de mujeres, cavila él. La traición está a la orden del día. El despierta nuevamente y corre velozmente hacia la ventana es ya muy tarde, ella ya no está. Ya volverá piensa él. En su recorrido de la cornisa al asfalto Rosa fue madre, un balazo que salió justamente del segundo piso le atravesó la cien. -¡Te amo Rosa!- grité pavorosamente. Fue lo último que escuché ese día gris como todos, pero que de alguna manera se tiñó de rojo por mi culpa, era el marido el causante de la muerte de Rosa más no del disparo, fue su asesino quien lo hizo, fui Yo.
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Vil invierno, cruel muerte

Cada uno avanzaba embargado en aquella soledad sin márgenes, en aquel silencio verde y blanco, los árboles, las grandes enredaderas, el humus depositado por centenares de años, los troncos semi-derribados que de pronto eran una barrera más en nuestra marcha. Todo era a la vez una naturaleza deslumbradora y secreta y a la vez una creciente amenaza de frío, nieve, persecución. Todo se mezclaba: la soledad, el peligro, el silencio y la urgencia de mi misión. A veces seguíamos una huella delgadísima, dejada quizás por contrabandistas o delincuentes comunes fugitivos, e ignorábamos si muchos de ellos habían perecido, sorprendidos de repente por las glaciales manos del invierno, por las tormentas tremendas de nieve que, cuando en los Andes se descargan, envuelven al viajero, lo hunden bajo siete pisos de blancura.
A cada lado de la huella contemplé, en aquella salvaje desolación, algo como una construcción humana. Eran trozos de ramas acumulados que habían soportado muchos inviernos, vegetal ofrenda de centenares de viajeros, altos cúmulos de madera para recordar a los caídos, para hacer pensar en los que no pudieron seguir y quedaron allí para siempre debajo de las nieves. También mis compañeros cortaron con sus machetes las ramas que nos tocaban las cabezas y que descendían sobre nosotros desde la altura de las coníferas inmensas, desde los robles cuyo último follaje palpitaba antes de las tempestades del invierno. Y también yo fui dejando en cada túmulo un recuerdo, una tarjeta de madera, una rama cortada del bosque para adornar las tumbas de uno y otro de los viajeros desconocidos. Los que me acompañaban conocían la orientación, la posibilidad entre los grandes follajes, pero para saberse más seguros montados en sus caballos marcaban de un machetazo aquí y allá las cortezas de los grandes árboles dejando huellas que los guiarían en el regreso, cuando me dejaran solo con mi destino.
AŋđŗΞ'Ş ζ¡$ŋΣřǿ§.
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Pugnas de lo incierto


Un ambiente gélido va determinando mis quehaceres; ciertamente mi mirada no es la de antes. El frío y la soledad supervisan mis pasos, la ley sintetiza el insomnio y hace títere a este servidor. La impavidez gobierna mi esternón. Lo siento, no puedo hablar más alto, porque mi voz ha cambiado. La sonrisa mordaz y cálida se vio sustituida por la risa fingida y comprometida. Tu reflejo es falso. Tú ya no eres el mismo, desde que eso pasó.
No encuentro la aseveración necesaria, para que mis palabras provoquen aquel eco interminable, sin respuestas. Talvez un viaje a las regiones más antípodas y desagradables o agradables de mi existir, logren encontrar las afirmaciones y respuestas contundentes para aclarecer mi felicidad o mi desgracia, con un solo objetivo: un inventar intensionado de diversas posibilidades en donde tendré que hacer equilibrios entre el sueño y la vigilia, entre los más constantes contrarios, partícipes de mi voluntad, hasta encontrar un mediador sapiente, un modelador capaz de generar oportunidades. Un juez cuyo arbitraje determine mis pasiones y mis rencores. ¿Tiempo?, ¿acaso una opción, una elección, un veredicto, un candidato de entre miles para la elección concienzuda? Tiempo, cosa hermosa, útil y peligrosa. Para mi no significa nada, no hay posibilidad alguna de medirlo; excepto con los latidos de mi corazón, pero éste es muy desigual...


AŋđŗΞ'Ş ζ¡$ŋΣřǿ§.
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Deceso Irracional

Tu memoria, inconciente, pero segura, aglutina en un arca de recuerdos, cada momento imborrable para llegar a la meta; sí, la meta, aquel destino desaforable que reluciente de engaños trata de engatuzarte por una decisión. Con ansias y brillos de esperanza, imploro que aquella arca de recuerdos sobreviva al tormentoso diluvio de circunstancias que me impiden continuar. Una vez más somos presas del destino, cauto e indescifrable, que jornada tras jornada se hace presente con el juego planeado a cada víctima. Cada día hace sucumbir tus más íntimos deseos, convirtiéndote en distracción de un azar sin límites, capaz de transformarte, vendarte, volverte impío a tus convicciones, ciego a tus sentimientos, miope a tus instintos.
Aún así, cada ser humano vive en cierto estado de seguridad y armonía. Pero existe gente que se enfrenta al mundo de manera hipócrita, irreal. Como tú, como yo. Envio en mi rescate, un mensaje detallado, una botella de colores, una canción de amor y nostalgia, fuente de redención, anacrónica, fatua, pero sincera y pura. Una mágica piedad que se alza al velo de la iluminada y ténue luz al final de este laberinto. El rescate ya ha sido enviado. La relación entre la primavera y las rosas, y los soliloquios de Shakespeare que impidieron que se «rebautice», son mis señales. Mi rescate busca un capataz: la solidaridad representada en un abrazo, la rosa protagonizada en un arrepentimiento, las congratulaciones transformadas en sonrisas y un beso, oh un beso, envuelto en amor.



AŋđŗΞ'Ş ζ¡$ŋΣřǿ§.


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Hojas y Pluma

Solo quedan hojas tan limpias que son como un mantel del que se ha perdido el bordaje y plumas que manchan con tinta en desuso el suelo que parece un gran lago que crece y crece, quizá el tiempo de la literatura se acorta, parece haber llegado a su fin o solo es que escribir para el hombre ya no es relevante, o tal vez las hojas no quieren ya que las plumas se desgarren sobre sí y manchen de inmundas palabras que solo enferman a quienes las leen con frases y versos que no tienen sentido y se pierden en el vacío de su poca profundidad, probablemente estas líneas no salgan de esta estadística, es tan solo como la literatura es para mí, un hermoso placer que el hombre ha dejado de a poco y que lo ha cambiado por cajas malditas con luces y voces que dejan atrapada para siempre a la imaginación, las hojas y las plumas.

Ahmed Deidán
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La vida es un sueño


¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.
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