jueves, 29 de noviembre de 2007

La captura.




Los sucesores narrados a continuación fueron encontrados,
por las gentilezas del azar, en el texto “El camino del Sol, Historia del Ecuador”, Tomo I.



Atado de manos y pies me tenían, eran dos los que me custodiaban.
De pronto, el de mentón hirsuto se dirigió hacia mí. Con su mano derecha desenvainaba su espada, su cruenta espada. Se acercaba lentamente, paso a paso. Crujían sus vestidos.
Pensé que la libertad clamaba por mí, hasta que advertí que el otro se aprestaba ávidamente a secuestrar mis espaldas, estaba equivocado. De repente aparecieron otros dos blancos que sellaban la salida del templo, pensé en escapar pero eran más fuertes las manos que sostenían de mí, todo resultaba inútil así que desistí de aquel forzoso intento.
Francisco, aceleró su andar. Una carcajada mordaz y abominable emanó el extranjero, sus labios se movían rápidamente, pero yo no escuchaba ni una sola palabra. Su espada de pronto nació sin contemplaciones ante mi vista, decidí cerrar mis ojos, no soportaba el centellante destello que agravaba desenfrenadamente ese momento, súbitamente despidió de su mano izquierda ciertos retazos de oro, y perlas, algunas me las disparó hacia el rostro. Escupió otras tantas de su boca. Clavó su espada en mis entrañas.
Frente a frente, con gran estupor pude ver sus grandes ojos, tenían el color del oro, de mi oro. En ellos alcancé a observar mi rostro bañado de lágrimas, de igual manera logré ver el fin de mi imperio, de mi gente, de una era. Vi sangre y devastación, vi catástrofes innumerables e innombrables, pude ver, al fin, una enorme cruz de plata que colgaba de su cuello. Entonces lo comprendí todo.


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1 comentario:

. dijo...

Qué gran descubrimiento. Aquel que lo haya escrito, pues me ha dejado con la boca abierta.