Irremediablemente, aquella silueta que se figura después de que la neblina se disipara, aquel aciago jueves de febrero, fue iluminada por la ténue luz de un encendedor: -¿Fuego?, preguntó Victoria, acomodándose sus lentes. -Gracias, respondió Alejandro, haciendo una mueca de desprecio al inícuo frío que amenazaba con hacerlos presas de la indiferencia. Era una tarde dominada por la neblina, señal que las horas estarían contadas. La conversación mutó a un sin fin de remordimientos, o talvez de recuerdos, en dónde después de dos cigarrillos, se encontraban sentados en medio de una sala amena, tomando un chocolate. Ahora la luz era lo que más dominaba aquel lugar. Era un sitio extraño para los que se gustaban, diferente para los que la vida había dado un desaire, y novedoso para los primerisos en el arte de contar las horas con sus miradas y sus ecos. La conversación siguió su tan habitual ritmo, dando vida a cada palabra, conspirando con las miradas amenazadoras que delatarían a las horas. Y es que el tiempo es mágico pero las horas están contadas. Aquel recordar representativo creaba en el ambiente un bienestar inestable pero a la vez reconfortante, tanto Alejandro como Victoria, se habían vuelto incómodos personajes en un lugar que no sabían al cual pertenecer o el cual elegir. Porque la incomodidad reinó cuando aquellas pupilas se dilataron hasta el punto de no pestañar jamás, en dónde Victoria se vio reflejada en la iris color café marrón de Alejandro, y así vivió una película sin fin, eterna, capaz de guiarla por el camino de la soledad; señal que sus realidades superaban cualquier anhelo de coincidir en algún punto. De coincidir en el amor o en la amistad: ya que las horas estaban contadas...
Al final del vestíbulo se oyó un grito severo aclamando un adiós, y la luz se apagó, aquel cigarrillo se esfumó con la misma audacia con el que fue encendido. Reinó la obscuridad.
Victoria mientras tanto se perdió en la obscuridad del pasillo anexo a la salida, sólida y con remordimientos carcomidos, solamente exhaló un suspiro diciendo, adiós a las horas, adiós al tiempo y adiós a la vida... Las horas se han contado desde entonces.
AŋđŗΞ'Ş ζ¡$ŋΣřǿ§
(Dedicada a la maravillosa
conversación de esa tarde:
dos horas de reflexión entre
tu y yo)