jueves, 27 de marzo de 2008

Arresto de Rigor (2)

Esperé inocente la llegada de mi progenitor pero nadie dirigía sus tiernos ojos hacia mí, nadie me señalaba con una sonrisa, nadie acompañaba mis llantos. Eso me irritaba terriblemente, tal vez porque pude sentir por primera vez lo que significa la soledad: vivir en un oscuro túnel vertical del cual sigo siendo esclavo hasta este preciso fragmento de mi existencia. Poco a poco esas cálidas miradas perdidas sufrían una suerte de metamorfosis y para mí no eran más que lánguidos repasos enemigos.

Una espera interminable, la historia sin fin, en la que el tiempo es cíclico, todo cambia y fluye al tiempo en que me arrastra miserablemente con él.

Vano, considero, ahondar los detalles de la historia que confluyó en mi llegada a este manicomio encantado. Provechoso considero decir que la luz del sol repentinamente ha desaparecido entre memoria y memoria. Una vez más el camino se devora a sí mismo haciendo que los días transcurran uno tras otro sin sentido alguno. Ya no es más verano, ya no hace más calor, ya no hay más libertad y yo soy muy infeliz. Lo único que ha cambiado es que hoy en día, no soy solamente esclavo de mi libertad, sino también de una celda vacía con una pequeña ventana, protegida por cinco rejas, que me permite ver el sol y a veces la luna. Además de un catre viejo y apestoso, un rincón maloliente, un plato de comida (si es que se puede llamar así a las mazmorras que sirven en este cuchitril) solo existe un lúgubre calabozo y la misma ventana que ya no desprende mas luz, en el espacio al que he sido confinado. La desgracia me ha consumido, el azar ha jugado sus cartas y me ha confiado una horrible pasantía de por vida en este fragmento entrópico poco confortable, la inesperada noche de luna llena me asesina de modo inmisericorde, pero en contrapunto de una manera tan sutil y sublime que paradójicamente representa mi único consuelo; dormir y jamás despertar, soñar con miles de estrellas que en absoluto podré divisar nunca. Conformarme con mi destino y olvidar mis penas, como si me fuese posible olvidar.

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Arresto de Rigor (1)

“El arresto consiste en la privación de libertad del sancionado y su internamiento en un establecimiento disciplinario militar durante el tiempo impuesto por el superior”
(Art. 15)

Lo único que recuerdo es que tuve la oportunidad de mirar el sol, y me alegre, y reí y llore. Juro en los presentes instantes que en aquellos pasados momentos casi recordé mis épocas de feto placentario y mis ansias enfermizas de salir de aquel encierro, el mismo al que ahora me encuentro condenado.

Cuando mis retinas divisaron por primera vez al astro mayor, cuando el niño se desprendía de las entrañas de una mujer. Lágrimas saladas se descosían de mis ojos. Sí saladas. Pero esta vez ya no gritaba ni observaba lo que ocurría desde el inmóvil plano de todos los mortales, recuerdo claramente los plácidos deseos de aquel niño, yo era esa criatura, desafiaba fatuamente la inmutable ley de la gravedad. Los colores de la habitación de aquel hospital, en contraste con la vida solitaria que había llevado durante nueve meses, me produjeron un furioso éxtasis que sería el tiempo el encargado en borrar. Recuerdo que mi libertad era lo único que me pertenecía. Llegue al mundo un día de ardiente sol de verano, casi a medio día. Vuelvo a ser el que fui y miles de imágenes retornan a mi mente: pasillos, cuartos vacíos, puertas impenetrables, interjecciones ociosas, auténticos páramos urbanos.

Observaba miles de personas vestidas generalmente de blanco que desesperadamente intentaban encontrar el centro o tal vez la salida de aquel laberinto vestido de seda o tal vez, buscaban también, un mítico encuentro con el minotauro. Medicinas, inyecciones, olores desabridos, pasos apresurados, almas sin control, vivos que han muerto. Odiaba los gritos de aquellos muérganos que me acompañaban pero odiaba más a sus padres, porque me recordaron que yo nunca tuve unos.

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