domingo, 25 de noviembre de 2007

Rosa Marchita

El presente relato me fue referido por Jacobo, buen amigo mío aunque deficiente, según mi humilde criterio, en los quehaceres literarios. Sin más, el texto es suyo, profánenlo...



Rosa Marchita
Por: Jacobo G. Morelli







Pero esta noche...
Te abrazaría, créeme,
te besaría,te daría calor,
te adoraría. Haría
algo que es más difícil:
tratar de comprenderte.



José Hierro
(Fragmento del Remordimiento)





Es una mañana de aquellas como todas. Grises. El radio-despertador anuncia la llegada de un nuevo día de sorna, y la despedida de la quimera. Ella no recuerda exactamente los sucesos acaecidos durante la noche. Solamente sabe que fue una noche terrible. Espantosa. Aquellas noches que producen un ramalazo de cabeza demasiado fastidioso como para proponerse afrontar el día positivamente.Las excesivas cobijas todas las tiene su marido, él se las ha desposeído, ese desgraciado roncador empedernido. Cuatro años han hecho que sus ronquidos que son nada leves le parezcan a ella suaves caricias que la rozan dócilmente, se han transformado en los “te quiero” que nunca recibió, ni lo hará. Esos mismos cuatro años han desatado un drástico desgaste en la inestable relación con su marido.De cuando en cuando, abre sus ojos al tiempo que desase un suspiro, inútilmente intenta conciliar nuevamente el sueño. No lo logra. Incipientes muestras solares empiezan a aparecer por su ventana, ella lo ve. Ha decidido darse por vencida y sucumbir ante el anuncio de un nuevo día. No hay escapatoria. Se levanta gradualmente, respetando los rítmicos compases de gruñidos que a fortísimo volumen emite su marido. Se dirige hacia su peinadora y se cepilla el cabello, luego lo alborota nuevamente. No hay nada que aparentar, no se le antoja sentirse bella. No hay motivación alguna. Observa su demacrado rostro frente al espejo, odia sus arrugas pero hace tiempo ya, que no utiliza su crema rejuvenecedora. Ha perdido la fe.Ella siente que él despertó. Decide no hablarle. Huye lentamente hacia su cocina, la cocina es efectivamente suya. Es una de las pocas cosas de las que se siente dueña. Parece que lloverá, advierte ella con desdén. No tiene pensado salir, todos los menesteres ya los resolverá su marido. Decide prepararse una taza de café sin azúcar, -para agitar de alguna manera el alma- conjetura. Como si el café cargado ayudara en algo. Arranca un pedazo de pan rancio que encuentra en la alacena. Antes no le agradaba para nada ese pan de agua que su marido compra todos los días, pero el tiempo la ha familiarizado, no hay más remedio que la tolerancia. Cenas a solas, desplantes inusitados, fricciones continuas, noches terribles, contemplaciones eternas, el tiempo es el culpable.

Enciende la radio: Anuncian el invierno porteño. Ella gusta del tango. Empieza, lo escucha, lo disfruta, se deleita, es feliz. La cadenza del bandoneón se ve interrumpida por los intempestivos ruidos de la TV, se enfurece, otro motivo más para odiar a su marido. El no hace más que asesinar su felicidad, siente deseos furiosos de matarlo. Más bien es ella quien quiere morir. Apaga la radio.Ella continúa mordiendo el pan al tiempo que bebe con pequeños sorbos su café. Percibe unos pasos parsimoniosos en la recamara, seguro que él se dirige a la bañera. Ella no se equivoca, la ducha comienza a destilar unas cuantas gotas y segundos después el chorro hace eco hasta la cocina, hasta su cocina. Ella escucha una de esas canciones de Charly García que proviene de la ducha. Ella odia a Charly García. Él adora esas canciones y generalmente cuando se levanta de buen humor imita graciosamente al roquero, durante sus primeros seis meses de casados ella reía con sus imitaciones y sus interpretaciones, en seguida ingresaba en la ducha y se besaban apasionadamente a continuación hacían el amor, el reloj no existía, la pasión sí. Piensa detenidamente acerca de los motivos que la alentaron a casarse, piensa en sus hijos. No tiene hijos.El timbre suena y ella se acomoda como si algo muy importante le fuera a suceder, sabe muy bien que es tan solo el cartero. -¡Buenas!- replica el sujeto panzón vestido de azul con acento mexicano. Ella solo lo mira, e inmediatamente lo interroga como de costumbre acerca de las cuestiones que ocurren fuera de su apartamento, el cartero es de alguna manera muy ambigua su ventana al mundo. Luego de dos o tres minutos de plática aparentemente amena (para él) y de que ella recibe su correspondencia se despiden con un apretujón de manos. – ¡Hasta mañana!- dice el chilango. Ella tan solo lo ve desaparecer deprisa por los escalones. Revisa los tantos documentos que tiene en sus manos. No hay más que porquerías publicitarias, una multa por estacionamiento y… ¡Eureka! ICFER (Instituto clínico de fertilización) rotula el sobre, Destinatarios: Genaro Englemann y Sra., ¡Por fin ha llegado! Ojalá que la espera haya valido la pena piensa la mujer. Lo han intentado anteriormente tres veces, nunca ha funcionado. Ansía el resultado, se vuelve loca por ver lo que el sobre contiene en su interior. Busca una navaja, quiere darle una sorpresa a su marido, no la encuentra. Rompe el sobre desesperadamente con sus manos, desea profundamente que confirme sus sospechas. Quiere estar preñada. Anhela ser madre, cuanta alegría, cuanto júbilo, sus planes maternales obligatoriamente deben consumarse, si no fuera de esa manera entonces no tendría ningún sentido. Aún no ha leído el informe. Negativo, la única afirmación que obtiene son las confirmaciones de su esterilidad, de que morirá seca, la fertilidad le ha dado la espalda ella es infértil, nunca sentirá el abrazo de su hija ni escuchará las sonrisas pícaras de su hijo, todo eso ya es mentira. Siempre queda la adopción. Intenta convencerse, pero no lo logra. De alguna manera desea disimular su estupidez, debió haberlo previsto, pero no lo hizo. Se siente engañada, nada la consuela, él es el culpable.

Ella no quiere llorar, sin embargo unas lágrimas se escapan y se corren por sus mejillas, a ella nadie la acompaña. Decide dar un paseo por el living, detenidamente observa las fotos de su matrimonio, ella hermosa y las flores, él nervioso y los anillos, los padrinos, sus padres, la familia, los dos tomados de la mano frente al altar. Ya nada sirve en este instante.

Se dirige hacia la ventana quiere tomar un respiro, quiere recobrar la calma. -Pero que haces allí Rosa acaso te has desquiciado- vocifera Genaro con una gran dosis de exaltación.-Déjame sola Genaro- contesta ella. –Baja de allí inmediatamente mujer, no ves que una caída del noveno piso no lo aguanta nadie, baja de allí inmediatamente o te creeré más loca de lo que te siento-. Una fuerte ventisca le seca las lágrimas, - ¡Ahhhhh! su pie resbala accidentalmente de la cornisa, logra recuperarse y vuelve a ponerse de pie solo que esta vez con los brazos abiertos. Acariciando el aire. Abrazando a Dios. Los curiosos están atentos, algunos vecinos ya han dado aviso a la policía. –Mira el susto que me has dado, Rosa te lo advierto, no vale la pena, piénsalo bien- insiste Genaro. -ya nada de lo que digas me importa Genaro, sé que me engañas-, ella lo mira sin querer mirar. Genaro sabe lo que significa esa mirada, sabe que es imposible continuar con las mentiras, sabe que un te amo la salvaría, pero no lo dice. Contener las ganas de llorar y decir “te amo”… eso es cosa de mujeres, cavila él. La traición está a la orden del día. El despierta nuevamente y corre velozmente hacia la ventana es ya muy tarde, ella ya no está. Ya volverá piensa él. En su recorrido de la cornisa al asfalto Rosa fue madre, un balazo que salió justamente del segundo piso le atravesó la cien. -¡Te amo Rosa!- grité pavorosamente. Fue lo último que escuché ese día gris como todos, pero que de alguna manera se tiñó de rojo por mi culpa, era el marido el causante de la muerte de Rosa más no del disparo, fue su asesino quien lo hizo, fui Yo.
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