lunes, 18 de febrero de 2008

Assacando falsedades (3)

Para terminar con Rolando de una vez por todas, me gustaría hablar de tres elementos que cautivaron mi atención: Rolando, Eloise Godín y la unidad de los capítulos dentro de la novela.

Los dos primeros son, a mi entender, los personajes mejor logrados. El primero, cual Morga, sufre una mutación a pulso, muy dable. Esto me hace pensar que los quiteños tenemos una especial debilidad por la corrupción del hombre. Quién sabe. La segunda, y por la que tengo una debilidad
especial, parece construirse desde ábsides menos evidentes. Eloise Godín, la voluptuosa y perspicaz puta, se sostiene, como telaraña, del diálogo y sobre el «retrato del momento» del que Gombrowicz era tan aficionado. Así, sus gestos, su sigilo y su sensualidad son los que dibujan una mujer cautivante y de la que se quisiera saber más.

En cuanto a los capítulos, puedo notar que cada uno desarrolla un concepto diferente pero unificador. Así, me limitaré al capítulo titulado «A tientas», que puede interpretarse como un nacimiento. El nacimiento al mundo de un Rolando indefenso y desorientado. Llega, guiado por el inhóspito bosque, a una madriguera igual de inhóspita y percibida como un útero hostil. Luego, y durante la madrugada, un tropel de pensamientos fluye hasta su mente, tan abultados que le provocan suicidio. Pero en una suerte de mayéutica socrática entiende que no se pertenece. Se debe a la justicia: ella es la única dueña de su vida. Decide, por mojigata justicia, vengar la muerte de sus amigos y de su hijo. «Y finalmente se enfrenta, erguido, a la luz de la mañana». Camina a tientas, precisamente, por el mundo que se abre para él verdadero. No el ideal mundo que soñó. Y poco a poco «abre sus ojos de ciego, de bebé» hasta que, casi como nosotros al crecer, con Madmoiselle Satán los abre por completo. Y así Páez, con cada capítulo, logra una novela, si bien un poco tortuosa, asombrosamente articulada.
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