jueves, 21 de febrero de 2008

Crónicas sobre la ciudad de Quito y su aproximación con la muerte

Por: José Luis Castro.


Voy a ser franco. Cuando me toque a mí, superó mis expectativas. La película prevalece por sobre el círculo vicioso del cine ecuatoriano, que ciertamente es bastante pobre (no hablo solamente del ámbito económico). En medio de la ya hastiada tragedia social, Arregui consigue enfocar un tema universal y por demás interesante: la muerte. No del nauseabundo modo thrilleresco-policíaco. Sino enfocándose más en la creación de ambientes desesperanzadores, trabajando a los personajes para que se ajusten a una estética oscura, de cierta forma extrañamente bella. En medio del denso ambiente en el que en general transcurre el filme y con una exquisitez increíble, se introducen extractos de sutil humor negro. Realmente, ese trabajo me parece, particularmente, descomunal. La brecha entre la muerte, asesinatos en masa , enfermedades , locura, drogadicción , violación , religión , sexualidad, política… y el humor, al menos en la esfera artística es de lo más reducida. Y sin un nivel intelectual adecuado, las sátiras se podrían convertir en burlas inclementes, e incluso podrían considerarse vulgares. En lo pertinente al nivel actoral, los méritos se los lleva Arturo, el doctor. Justamente por la sutileza, casi Wildeana con la que maneja el denso ambiente, que los demás actores crean sobre él. Esa actitud pasiva, esa indiferencia, la habitualidad y cotidianidad inusitada en el carácter de Arturo, es meritoria. Sin embargo, ciertos actores, en concreto, la madre del niño atropellado (repulsivamente fatal actriz), estropean los ambientes que no solamente logran crear los buenos actores, sino también los musicalizadores (contra los cuales mi único reclamo va dirigido al tema final, y por ende al principal; que estruendosa y desesperante suena la voz de ese tal Vicentico, lástima por el final, si no pudieron encontrar música de mejor calidad, al menos debieron poner algo un tanto más afinado), directores de fotografía, directores artísticos, etc. Debo mencionar, igualmente, la existencia de estereotipos, que aún no logran romperse. Entre algunos las quejas y lamentos sobre la situación política de nuestra demacrada (lo digo con sarcasmo) nación. Es un lugar común, los personajes se quejan de los gobernantes y olvidan sus verdaderos roles. Seguramente, en el cine ecuatoriano, hay más clamores que en el IESS, y eso es alarmante. Estereotipos… del pobre, del pobre trabajador, del pobre vago, del pobre borracho, del pobre que busca trabajo, del pobre recién llegado a la ciudad, del pobre ladrón, del pobre maricón... No obstante, se pueden encontrar escenas magníficas: el despiadado Carlos apuñalando a su víctima por la espalda, en plena mañana, o la silueta de Arturo de madrugada hablando por teléfono con su madre, teniendo como fondo una esplendorosa ciudad de Quito iluminada, o la cámara prendida de la luz verde de una ambulancia que recorre la ciudad en media noche, o aún mejor tres sillas, un homosexual, su madre, su hermano, su padre, un pasillo desolado, el silencio. No se puede pedir más (asunto de planos de cámaras y de fotografía) a un escueto presupuesto, que apenas asciende a los noventa mil dólares. En fin, una película muy recomendable. Hace tiempo, no recuerdo cuanto, leí un artículo sobre cine ecuatoriano, titulaba menos bala y más risa. Periodísticamente, era una basura, pero el mensaje; dejar de abusar de los thrillers trágicos y dedicarse a la comedia, constituye una brillante idea. Cuando me toque a mí; pensé que lo mejor era ver otra cosa, o quedarse en casa, pero me di con la piedra en la cara. El cine ecuatoriano progresa, todavía no estamos a la altura del festival de Cannes, o de los Karlovy Vary, y mucho menos que del festival de Venecia, pero por algo se empieza y más vale que sea tarde que nunca, o al menos eso es lo que dicen…
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