viernes, 15 de febrero de 2008

El Teatro

Por: José Luis Castro.

De entre todas las manifestaciones artísticas que conozco, el teatro es la más compleja y universal. Pues, es dueño exclusivo de los dos ámbitos centrales del arte: el literario y la producción escénica. Dentro del primero se podría catalogar a las novelas, cuentos, crónicas, etc. Y dentro de la segunda, un tanto más variada, estarían el cine, la música, la poesía, la pintura, la fotografía. El teatro, sin embargo, tiene de todo un poco, lo cual transforma a esta expresión en una compleja telaraña. No puede haber teatro sin actores, así como tampoco puede representárselo sin un dramaturgo, mucho menos sin guión y tal vez (aunque de manera gélida) se la lograría establecer sin aplausos. Así mismo se puede señalar que la dramática permite que los hombres rompan los finos, pero al mismo tiempo bastante guarnecidos, hilos de la realidad y del tiempo. El teatro convierte a los seres humanos en personajes tridimensionales. Y al menos por el tiempo en el que los actores están sobre la tarima, son inmortales, no tienen vida: están muertos. Están muertos pero actúan, dialogan, corren, gritan, callan, lloran y vuelven a morir. Y con sus performances (que horrible palabra), brindan un verdadero espectáculo a los lectores que en su asiento miran, ciertas veces asombrados y otras adormecidos, la obra. Prodigioso considero, las formas de las que se sirve el teatro para acicalarse. Asombrosamente, las virtudes del teatro van más allá y de cuando en cuando se nos presenta por medio de estridentes sonidos sinfónicos y movimientos calculados en el ballet, o a través de voces excepcionalmente magistrales en la ópera, también está en el silencio de la pantomima y en las abstractas hojas de un viejo libro de mi estantería. Yo como lector, cada vez que me siento en una butaca, noto que mi piel arguye entre el nerviosismo, la esquizofrenia y la locura, al tiempo que mi alma siente una emoción de suerte catártica y mis piernas se mueven sin control. Deseo que las llamadas terminen y que la función empiece. Deseo que los actores emprendan la acción. El teatro es único. Tanto así que cada vez que veo que se lleva un libro a la gran pantalla, termino decepcionado. El cine, en cambio, no logra una totalidad (ambientes, personajes, imágenes) y para ser sinceros, la mayoría de generosidades literarias se pierden. Y cuando logran mostrarme una imagen estéticamente buena, pienso en todas las que se disiparon. Curiosamente en el teatro me ocurre lo contrario, aunque de menor duración, los diálogos adquieren matices maravillosos, aún con un solo plano las imágenes se vuelven más complejas e interesantes y sin necesidad de descripciones se construyen personajes admirables. Satisfacción total. Tanto así que mientras dura la obra soy capaz de morir conjuntamente con los actores, de actuar, dialogar, correr, gritar, callar, llorar y volver a morir con ellos. Y seguir tragando sus perversas y placenteras mentiras…

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