
No por leer a Bukowski, alguien que vivió lo que escribía, voy a transformarme en un adorador del vino y de las putas, ni por leer Proust voy a enfermar de esquizofrenia, ni voy a adquirir su amanerado carácter, ni mucho menos, por leer a Perec voy a poseer mágicamente un amor por los gatos, a los cuales odio. Cuando finalizo la lectura de Lolita, y decido leer nuevamente algunos de sus capítulos, no lo hago por pedofilia. No soy un degenerado si es que me introduzco literariamente en la plataforma sexual de Houellebecq. Y no creo cometer un crimen si es que veo el cuerpo desnudo de Brigitte Bardot en El desprecio de Jean-Luc Godard. No entiendo por qué censuran películas como La última tentación de Cristo de Scorsese y transmiten libremente la bazofia de Gibson. El arte, al menos el bueno, se da el lujo de versar sobre diversas temáticas, que en la vida real producen hastío, porque lo hace con rigurosidad, evaluando al extremo cada palabra, cada imagen, cada sonido, cada color, cada verdad, cada mentira que esconde.
El arte es elitista, sabia frase. Pocos saben apreciarlo verdaderamente.
No le creo a Harry Potter. Sí le creo a Josef K.
La cultura es la realidad, el cine es la realidad, la fotografía es la realidad, la pintura es la realidad, la música es la realidad, la literatura es la realidad.
costado en el sofá, leo entre palabra y palabra, meticulosamente seleccionadas, son verdades. Desde ese entonces procuro vivir y leer, y separar las acciones, reacciones, expresiones, impresiones que ocurren en una y otra vida.
Para finalizar estas ociosas, pues no procuro instaurar ningún afán evangelizador o misionero frente a las diversas preferencias artísticas, líneas, en algún lugar físico, en la página cincuenta y cuatro del libro Obras escogidas de la editorial el conejo, Palacio escribió seis palabras que ratifican mi postura frente a la cultura actual: Quien coma lo que crea.
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