lunes, 19 de mayo de 2008

Curtidor de Canela I


Otra vez, allí estaba aquel distintivo olor, una exótica mezcla entre shampoo de manzanilla, café y tabaco. Su chaqueta de cuero se ajustaba perfectamente a la forma de su cuerpo mientras sus labios inhalaban el olor de aquel cigarrillo matutino, el que siempre fumaba antes de llegar al colegio. Cerca del colegio, sonaban los diarios ruidos citadinos. El taladro que perpetuamente construía aquella esquina, acompañado de los constantes bocinazos de carros, cuyos dueños soñaban con el día en que los semáforos de la creciente ciudad de ajustaran a su trafico o que algún genio japonés por fin descubriera la formula para retar las leyes de Newton y consiguiera que los carros volaran. Finalmente, estaba allí el disgustante sonido de la alarma de una ambulancia que se apresuraba en la dirección en la que estaban.

Carla abrió y cerró sus ojos, la imagen de la gran ciudad desapareciendo rápidamente para ser reemplazada por el techo blanco de su cuarto. Con un largo suspiro Carla apagó su despertador mientras cerraba sus ojos, intentando contener los detalles de su sueño que se escapaban rápidamente de su cabeza, como agua escurriéndose entre sus dedos. Sus ojos miel se abrieron mientras miraba al pie de su cama. Sus complicadas curvas doradas tenían un aire barroco, y los padres de Carla no se habían cansado de repetirle cuan valiosa era ese mueble, el cual había existido desde los tiempos de su tátara abuela, la cual se supone que lo había traído todo desde su natal Inglaterra.
Lentamente sus ojos miel estudiaron el reflejo que mostraba el espejo que tenia en su baño estudiando el uniforme blanco y verde y sus dientes ligeramente beige recién cepillados. Su oscuro pelo caía en esos complicados rizos, que Carla tanto detestaba y que su made tanto admiraba, enmarcado su pálida cara. Carla miró de nuevo su falda escocesa y una irónica sonrisa apareció en su cara mientras descosía el dobladillo de la ya corta falda. Su profesora no tenía reparos en comentar el largo inapropiado de la falda de Carla, pero no era tan rápida en notar el largo de la falda de Maria Clara, su estudiante favorita.

Miro de nuevo su cuarto antes de salir al estrecho corredor que llegaba a la gran escalera de conducía a la planta baja. La cocina olía ligeramente a leche y a pan caliente. Las paredes blancas habían adquirido un tinte amarilloso y los muebles que había traído su tatara abuela traían recuerdos de mejores tiempos. Carla se sentó en una de las ruidosas sillas y las callosas manos de Maria le entregaron una taza de chocolate acompañada de un pan caliente. Carla sonrió y le dio las gracias, aprovechando que sus padres no estaban en aquel momento, entregándole los utensilios de comer en ese momento.

El bus pasó en ese momento y Carla se apretó su chaqueta blanca. La vieja puerta se cerró sonoramente delatando su falta de lubricante. El olor de varios productos higiénicos, perfumes y colonias se mezclaban ligeramente con el olor del sudor, lleno su nariz mientras llegaba a su asiento favorito en la cuarta fila. Sus ojos miel analizaron el autobús nuevamente. Un par de chicas dormían en la última fila mientras que otro trío compartía risas en la primera fila.
Sus ojos se tornaron a la ventana para ver como el autobús cruzaba la sexta avenida. Los sonidos del tráfico matutino le hicieron recordar su sueño, y una misteriosa sonrisa apareció en la cara de Carla.
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