martes, 11 de noviembre de 2008

Liquidación

Desperté. Me encontraba, como de costumbre, con aquella pereza crepuscular, en la que no hay nada mejor que volver al sueño natural; además entusiasmado por haber yacido, una vez más, junto a la barragana de la que me he hecho amigo y amante. Ella sabe complacer mis necesidades de hombre y que, sumado a su ninfomanía, hacen que las noches sean una interminable orgía. De todos modos, sabía, sin embargo, que esa mañana no debía ser como las demás. Sabía que tenía que liquidar a alguien importante, alguien que me haga trascender en la historia. No lo sé, la liquidación de Guamán se ha convertido en un hito dentro de este negocio, y de no lograr complacer al patrón el liquidado seré yo.

Con su partida, la de Guamán, las cosas son claras: o haces las cosas que el patrón quiere o simplemente te dan de baja. Efectivamente el patrón solo quería resultados visibles; eso sí, lo de Guamán dejo muy en claro que las cosas organizadas fructifican. De hecho, gracias al nuevo patrón, las leyes internas se invirtieron, "El despido intempestivo no se realizará salvo por la muerte de dicha persona" y "los nuevos cargos variarán dependiendo de la jerarquía de la liquidación". ¡Definitivamente un cambio!. Por otra parte, Guamán se había logrado la animadversión de todos los demás de la empresa, siempre mostraba una arrogancia petulante que, conjugada con su posición económica, hizo de él un blanco certero, directo y obvio para escalar en el rango de este negocio.

Esa mañana fue como cualquiera: indispuesto, enfadado y únicamente con ánimos de asesinar a alguien. No escapaba de la realidad, pero sentía que ese debía ser un día grande, un día para el recuerdo; así lo ejecuté. Salí luego de que Juana me sirviera el desayuno, no debió ser más allá de las ocho de la mañana. Vestí como de costumbre y me subí en mi automóvil con ganas de trabajar. No ví ningún cliente por las calles, al menos ninguno similar al de las fotografías, parecía un día destinado al fracaso. Paradójicamente todo cambió cuando vi al patrón. Solo y sin guardia caminaba por la calle, parecía esperar a alguien. Ese era el momento preciso para atacar, ventajosamente había una motocicleta con llave que me ayudaría en el acto. Quizá se trataba de una decisión apresurada pues en caso de fallar tendría graves peligros consiguientes y si lo conseguía debía tener una prueba contundente de haberlo hecho. De todos modos, me arriesgué.

Tenía bajo el asiento un frasquillo de gasolina. Lo esparcí entre los asientos y por debajo de los pedales. Mientras bajaba la ventana sigilosamente, desabroché el cinturón y quité el seguro. Entonces aceleré, abrí la puerta y disparé tres balazos; fue mi oportunidad. ¿Para qué ir por simples clientes encargados si podría terminar con el patrón?, no lo pensé dos veces . Luego de la caída me incorporé y corrí hacia él. Estaba sin una sola gota de sangre, probó un trago de su medicina. Las armas incorporadas al auto tenían ciertas cualidades que ni yo las conocía; sin embargo de los tres balazos solo dos fueron letales, el trabajo había terminado. Tomé su pistola, que sería la prueba contundente de mi hazaña, y de manera sagaz y rutilante tomé la motocicleta, lo incorporé y aceleré sin siquiera mirar atrás, no me detuve hasta salir de la ciudad. Luego, en campo abierto, lo lancé al suelo saqué la gasolina de la motocicleta y procedí, ¡Efectivamente! ¡Lo estaba liquidando! ¡Todo resultó un éxito!. Espere pacientemente mientras cada una de sus partes se consumía lenta, ardua y complacientemente, después de que casi amanecía caminé junto a mi nueva compañera y amiga, aquella insignificante motocicleta. Pagó caro el haberse metido con mi hermano, y eso nunca se lo perdoné. Ahora...¡El patrón soy yo!.

Séptimo relato de la recopilación post mórtem, hecha en su honor, "Asesino en serio"

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