sábado, 15 de noviembre de 2008

Asuntos Internos

El día finaliza. Hay muchas personas; es la hora pico. Todo el mundo regresa al hogar, las oficinas se vacían, las luces se apagan. Los recepcionistas o conserjes son el único residuo de otra jornada que concluye. El viento corre, la brisa es cálida pero fugaz. La ciudad duerme temprano. Yo no. Paulatinamente, las primeras muestras de sueño se producen en las calles; el tráfico disminuye, los almacenes cierran sus puertas, se encienden las luces violetas, amarillas, verdes y azules que iluminan las iglesias, ya no hay nadie en las iglesias, tampoco se escucha el barullo de la multitud. De cuando en cuando, silbidos, algunos ininteligibles otros enérgicos, entorpecen el silencio, viajando a lo largo de las calles. Son más de las diez. Páginas viejas de los diarios guarnecen las aceras. El pavimento no es la excepción: fundas, envolturas, cartones, mendigos, basura. La cuidad es sucia y también fría, muy fría. Sigo caminando. Para otros la noche empieza. Cruzo una plaza desierta y un chiflido muy agudo alerta mi presencia. La ciudad también es insegura. Veo algunos tipos en círculo. Me miran. Son cinco, altos, bajos, gordos, flacos: hay de todo. Visten grandes abrigos, pantalones abultados, zapatillas deportivas, cadenas enormes en su cuello y dos de ellos gorras; el uno la lleva con la visera vuelta hacia atrás. Los otros, los que no llevan gorra, cargan unas bolsas en la espalda. Apresuro el paso. No tengo nada de valor, eso me deja dos posibilidades: salgo ileso o me matan. Pienso -las masas no piensan, solo actúan-. Paso junto a ellos. Escucho su acento extranjero. No ocurre absolutamente nada. Más adelante, decido correr y perderme entre las interjecciones vacías que forman las calles y me pierdo entre el páramo urbano a media noche. No hay rastro de ellos. Estoy solo. Seguro se preparaban para un festín más grande. Continúo. A lo lejos veo a un hombre y tres mujeres, reconozco que son mujeres por su pelo. Tal vez son prostitutas. Los locales vacíos y los faroles encendidos se multiplican. Siento que no avanzo, mis pies se están helando. Advierto que las putas y su chulo (¿Son prostitutas?) son un escollo necesario en mi camino. Me acerco al tipo, las mujeres son negras y voluptuosas. No me han hecho caso. Sin duda son prostitutas. Seguro aparento no tener dinero. Aparento muy bien. Quiero llegar pero no lo consigo. Casi estoy corriendo. La bocina de un patrullero inunda el ambiente. Un gato de oscuro pelaje cruza, rápidamente, por en medio de la vía. No hay nada más que quietud y ráfagas de viento gélido que se sienten en los huesos. Al fin, el ambiente se me hace familiar. Puedo reconocer los colores de las viejas casas, mis oídos reciben las notas de la música que retumba, a gran volumen desde El Lupanar. Estoy cerca. Toco el timbre y un sujeto negro y alto me abre la puerta. Asuntos Internos, en letras luminosas, curioso nombre, pienso. Atravieso el corredor y el sonido de la música crece. Detrás de las cortinas las luces púrpuras se vuelven repentinamente rosas. Ingreso y voy directo hacia el bar, chicas medio desnudas bailan y se follan los gruesos tubos por los que resbalan sus carnes. Reviso, de forma acelerada el local, La-Madonna no está. Según los rumores -hace más de una semana que no asoma el culo por allí. Salgo de inmediato, todo esfuerzo ha sido inútil. La ciudad se apaga completamente.
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