jueves, 29 de enero de 2009

Schnupftabak

Llovía. Su paraguas no podía soportar más. Era un diluvio. Su traje Oscar De la Renta, se estropearía. Perdería su entrevista de trabajo y su oportunidad de ejercer su profesión definitivamente. Decidió refugiarse en una trinchera provisional, su Rolex marcaban las doce del medio día, aún así ese miércoles primaveral se transformaba en una tarde fría, obscura y aburrida, no como suelen ser los medios días normales en las capitales. Volvió a sacar su encendedora y del fondo de su abrigo sacó, su cajetilla de Camel’s, el «cáncer portátil» lo relajaba, y más que nada le permitía no explotar. Después de todo ¿quién tiene la culpa cuando llueve? Incluso Bush no tenía esta vez la culpa. Era ateo: ni a aquel sujeto podría acusarlo, iría contra sus principios.

Sacudió la ceniza contra la acera. Seguía lloviendo. Una gota milimétrica, aparcó en la estela de fuego que al aspirar va generando ese humo relajante, aquellas cenizas irresucitables y especialmente: cáncer. Su Camel se apagó, fulminado por la vanidad de las veleidosas gotas…

Parecía perplejo al observar la lluvia. Su cara se inmutó frente al desafío que le ponía la naturaleza. Acertó en sacudir su paraguas, aún así un par de gotas de agua lo mojó. Sintió como la salpicadura opacó en un espacio pequeño de su camisa, el líquido vital, ennegrecía también, la seda de su corbata…
Continuará
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1 comentario:

Barbara dijo...

Hombre pero que misterio! me dejaste con toda la incertidumbre, eres bastante interesante. vi tu perfil y me gustan varios libros que has leido al igual que algunas peliculas :D
saludos mortal, estare pendiente de la 2 parte