martes, 12 de octubre de 2010

Neón

Aquella noche, como todas las noches, un viejecito envuelto en una capa negra avanzaba lentamente por la acera de la larga y desierta avenida, golpeando el asfalto con el pincho en que terminaba su bastón mientras buscaba colillas de cigarro –de papel o con boquilla dorada o de corcho- y medio deshechas colas de cigarro. De vez en cuando, bramando como un ciervo, pasaba un veloz automóvil, o bien ocurría algo en que las gentes que caminan por la ciudad nunca se fijan: una estrella, más rápida que el pensamiento y más silenciosa que una lágrima, caía del firmamento.
Más esplendentes y alegres que las estrellas eran las letras de fuego que surgían una tras otra sobre un negro tejado, desfilando en fila india, y se desvanecían de repente en las tinieblas.
«Puede – ser – posible», decían las letras en un discreto susurro de neón, y entonces la noche las borraba de un solo golpe aterciopelado. Y otra vez volvía a aparecer en el cielo: «Puede – ser –».
Y volvían a descender las tinieblas. Pero las palabras insistentes se encendían una vez más, y por fin, en vez de desaparecer inmediatamente, quedaban encendidas durante cinco minutos completos, tal como habían concertado la agencia publicitaria y el fabricante.
Pero, ¿quién puede decir qué es realmente lo que destella ahí, en lo oscuro, sobre las casas? ¿El luminoso nombre de un producto o el destello del pensamiento humano? ¿Un signo, una llamada? ¿Un interrogante lanzado al cielo que repentinamente obtiene una respuesta apasionada, deslumbrante como una joya?


Y en esas calles, ahora tan anchas como brillantes, mares negros, a última hora de la noche, cuando la última cervecería ha cerrado sus puertas, un argentino abandona el sueño y sin sombrero ni chaqueta, cubierto con un viejo impermeable, pasea como en trance de vidente. Y a esta hora tardía, por esas calles anchas paseaban mundos absolutamente ajenos entre sí: un juerguista sin juerga, una mujer, o simplemente un caminante, cada cual un mundo aislado, y cada cual un todo de maravillas y desdichas. Cinco viejos carruajes de caballos aguardaban en la avenida junto a la voluminosa forma, con estructura de tambor, de un pissoir: cinco adormilados, cálidos y grises mundos con uniforme de cochero, y cinco otros mundos sobre doloridos cascos, dormidos sin soñar en otra cosa que en avena escapando por el roto de un saco, con suave sonido de caída.
En momentos como éste todo adquiere naturaleza fabulosa, todo se convierte en insondablemente profundo, y la vida parece terrorífica, en tanto que la muerte es todavía peor. Y entonces, mientras uno camina deprisa por la ciudad nocturna, mirando las luces a través de las lágrimas y buscando en ellas gloriosos y deslumbrantes recuerdos de felicidad –un rostro de mujer, que surge del fondo de muchos años de olvido-, de repente, de nuestro loco avance, nos detiene cortésmente un peatón y nos pregunta el camino para llegar a tal o cuál calle, nos lo pregunta en voz normal, pero en una voz que nunca más volveremos a oír.
Compartir

sábado, 11 de septiembre de 2010

Dónde el futuro nos lleve


Melany Power sabía muy bien que hacer mientras verificaba que su pistolera de piel estuviera bien cargada, pensaba en los comunistas que iba a matar esa noche; Melany no albergaba ilusiones de acabar ella sola con el resurgimiento de la ola roja pero reflexionaba con una sonrisa macabra que no había gente especial, que no podía evitar la oportunidad de llenar algunos cementerios bolcheviques.
Mientras Melany se asoleaba en la playa de Rio, recordaba los últimos días con una especie de tranquila satisfacción: 12 rusos muertos, 5 chinos muertos, 3 o 4 cubanos muertos pensaba en el mundo que estaba otra vez a salvo para la democracia mientras observaba el hermoso pecho de Paulo, ensancharse y retraerse con ligeros ronquidos…
A salvo para la democracia ¿ó casi a salvo? Melany dejó escapar entre sus dedos algunos granos de arena, se ató su sostén y metió su mano en su bolso de playa. Paulo no oyó nada. Y fue una lástima porque no volvería a escuchar nada jamás. “Adiós Paulo”, pensó al levantarse. “Pude haberte amado si no fueras tan rojo como la sangre que ahora se esparce por la arena”. Melany caminó sin prisa hacia el hotel, sin duda encontraría un mensaje del cuartel general, esperaba tener tiempo para bañarse.


AŋđŗΞ'Ş ζ¡$ŋΣřǿ§
Compartir